El storytelling comenzó boca a boca, continuó con la representación en vivo, y con la tecnología evolucionó (radio, cine, televisión) de manera que unos pocos emisores alcanzaban audiencias masivas locales. 

Con la digitalización y la creación de redes, junto al aceleramiento debido a la pandemia, la demanda mayoritaria actual de contenido es a través de plataformas globales. Desde el punto de vista de los creadores, conforma un triángulo donde: en la punta unos pocos oferentes producen contenido premium para video on demand (Netflix, Disney, Prime Video) y en la base: una atomizada cantidad de talentos crean contenidos para Medios Sociales (Meta, YouTube, Twitch, TikTok, etc.) y donde salvo los influencers celebrities, pocos pueden vivir de su pasión. 

En este panorama, desaparece (junto con el localismo) la parte del medio del triángulo de contenido que hoy basa sus esperanzas de supervivencia en la llamada Web 3. Donde los usuarios no solo son creadores, sino que manejan su comunidad y la monetizan. Veamos dos oportunidades que presenta este nuevo escenario: 

1. La disrupción evitando intermediarios para poder “vivir” directamente de su audiencia, a través del crowdfunding, tokens, NFT… 

2. La carrera por llegar primero a crear contenidos para las nuevas plataformas y/o nuevas tecnologías, donde el Metaverso sería el nuevo Far West.

La realidad actual es paradójica y presenta dos aristas: 

1. Desde el punto de vista de las conversaciones, hoy, como nunca antes, hay millones de relatos donde cualquiera puede llegar a cualquiera. Siempre existen las ofertas mainstream para grandes audiencias, pero el long tail no ha dejado de crecer. Sin embargo, el sistema por su característica de polarización triangular es excluyente. Si no eres una productora o influencer consagrado, por la dinámica de la economía de la atención, tu proyecto no será concretado y de concretarse será difícil acceder a una audiencia relevante. 

2. Desde el punto de vista de la colaboración, con el acceso a las redes y las herramientas virtuales debería facilitarse la concreción de producciones entre talentos nómades. Al mismo tiempo, también surgen alternativas de microfinanciación colaborativas a contenidos tradicionales (películas/series) a través de NFT donde “muchos dueños” apuestan a un producto. 

En conclusión, nada mejor que citar a Debord en su premonitorio de 1967, La sociedad del espectáculo: “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación. El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”. Con la explosión de alternativas, gracias a la permanente creatividad e innovación de nuestra industria, hay infinitas posibilidades de storytelling en un menú de formatos y pantallas de todo tipo. Pero ¿nos comunicamos más? ¿O es la objetividad que nos imponemos para vivir más en la imagen que en nuestra realidad?